domingo, agosto 19, 2007

Presidente Álvaro Uribe visita Perú y trae importante ayuda

El mandatario colombiano realizó un sobrevuelo sobre la zona afectada. Luego regresó al aeropuerto militar de Pisco, donde se encontró con el presidente Alan García para una reunión de trabajo.

El presidente peruano Alan García recibió a su homólogo colombiano Álvaro Uribe en el aeropuerto de la ciudad de Pisco. Foto: AFP/MARTIN BERNETTI

Los ministros de Relaciones Exteriores, Fernando Araújo, y de la Protección Social, Diego Palacio, acompañan a Uribe, quien tiene previsto poner a disposición de García toda la experiencia de Colombia en la gestión de este tipo de catástrofes.

Uribe declaró antes de partir hacia el Perú que compartirá con el gobierno peruano el manejo que Colombia dio al terremoto que el 25 de enero de 1999 arrasó a la ciudad de Armenia y una decena de poblaciones del llamado Eje Cafetero, en el oeste del país.

Ese movimiento telúrico tuvo una magnitud de 7,3 grados en la escala abierta de Richter y causó 1.171 muertos y 4.795 heridos.

El presidente de Colombia, Álvaro Uribe (izq), acompañado por el presidente de Perú, Alan García (d), evalúan los daños del sismo. Foto: Pisco. EFE/Sergio Urday

"No queremos sino ponernos a su disposición y a la del pueblo peruano. El único sentimiento que hay es el de hermandad en estas horas de tanto dolor", declaró Uribe durante una reunión con su homólogo peruano, Alan García, a la que acudió la prensa.

También, lamentó las dimensiones del desastre e invocó a la "fortaleza moral y espiritual del Perú" para superar las consecuencias del terremoto.

La visita a Perú, de menos de un día, había sido anunciada por Uribe el pasado jueves, cuando su gobierno emprendió una campaña de solidaridad con las víctimas del terremoto.

La campaña ha facilitado el envío desde entonces de cerca de 50 toneladas de asistencia humanitaria en dos aeronaves militares, la segunda de las cuales partió el sábado por la tarde.

La ayuda colombiana también ha incluido el desplazamiento de casi medio centenar de médicos, socorristas y bomberos, todos ellos con experiencia en la atención de este tipo de emergencias.

El canciller Araújo explicó que la intención de su gobierno con esta visita es la de expresar la solidaridad colombiana con el pueblo peruano, mirar la forma como se ha canalizado la ayuda facilitada por Colombia y ofrecerle a García toda la colaboración posible.

El presidente Álvaro Uribe tiene previsto regresar a su país en horas de la tarde.
Fuente: El Tiempo

El apocalipsis por el terremoto en Perú fue en la iglesia de San Clemente de Pisco

El siguiente es un relato que hace desde la zona de desastre, EL TIEMPO, que habló con Sor Elvira, testigo presencial, sobre los dramáticos 70 segundos que cobraron la vida de unas 100 personas, de 300 que oraban allí el miércoles en el momento del sismo.

Era el día de la asunción de la Virgen. Sor Elvira llegó a la misa de 6 de la tarde en la iglesia San Clemente con sor Antonieta Perla, sor Elizabeth y sor Blanca. Se sentaron en las bancas de adelante, al lado de una puerta lateral para oír mejor al padre Emilio Torres y que el viento las refrescara.

La iglesia, de amarillo pollito, está enclavada en pleno centro de Pisco, un pueblo de clima templado en el sur peruano, de unos 100 mil habitantes, donde la mayoría son pescadores que trabajan para fábricas de harina de pescado. Estaba llena. Unas 300 personas, sentadas y de pie, ocupaban las tres naves, la mayoría vestidas de gris, con camándulas y rosarios.
Entre la romería se encontraba William Herrera Espino, con su esposa, Flor Alviar, y su cuatro hijos, tres niñas y un niño de siete meses, porque le había ofrecido una misa al alma a un hermano, muerto hace un año.

"Lo único raro que vi fue que había mucha gente parada atrás", recuerda sor Elvira, de 67 años.
Todo iba normal, hasta cuando el padre les dio la bendición a los feligreses. Fue una misa larga. Eran como las 6:40. "Que el Señor esté con vosotros", fue lo último que dijo el padre Emilio y el templo comenzó a mecerse como una cuna y luego a sacudirse muy fuerte, como si estuviera poseído o como si tuviera vida propia. La gente no alcanzó a decir amén.

"Intenté correr pero la hermana Antonieta me agarró del hábito y me dijo que tuviera calma. Una fuerza me empujó y me dijo que corriera; me solté y salí por la puerta lateral. Yo sí corro cuando tiembla", dice sor Elvira, acostumbrada a esos movimientos por haber nacido en Arequipa, tierra de los sismos en Perú.

La religiosa salió por un corredor lateral, que divide la iglesia de la casa cural, y las paredes se comenzaron a caer a su paso. El piso saltaba, como si palpitara, y se agrietaba. Los cables de la luz se cortaron. Todo fue oscuridad y gritos.

"Corría como si estuviera borracha porque el piso se me movía y empecé a esquivar las piedras que caían del cielo. Las paredes se doblaban como si fueran de papel. Nada me detenía", recuerda.

'Me estaba ahogando'
Unos intentaban salir por la puerta principal y se atropellaban con los que afuera esperaban entrar a la misa de 7. Unos se caían y otros les pasaban por encima. Y el padre Emilio se quedó orando debajo del altar mientras todo a su alrededor se derrumbaba, como sabiendo que era el fin.

Fueron segundos. La hermana Elvira llegó a la Plaza de Armas frente a la iglesia, se volteó y vio que desaparecía la iglesia como un globo que se desinfla. El techo cayó y se escuchó una explosión y una nube de polvo salió de sus entrañas, como un hongo nuclear, que cubrió todo. "Se me metió por la boca y la nariz, me estaba ahogando y me dieron ganas de vomitar", relata la monja.

El padre español Alfonso Berrade, que estaba en la casa cural, alcanzó a salir y salvarse: "Cuando vi el templo en el suelo, me puse a llorar".

Del templo, serpenteando entre piedras, salían los últimos sobrevivientes bañados en tierra. Mientras se escuchaban los quejidos de los que estaban atrapados. Solo quedó en pie la cúpula del altar y la fachada con sus dos torres, donde se leía un cartel que habían puesto para la ocasión: "¿Tiene sentido realmente tu vida? Hoy te anunciamos una buena noticia, Jesucristo te ama y vive".

El panorama del vecindario en penumbras era desolador. Los dos bancos vecinos estaban en el piso, como tres panaderías, dos hoteles, cuatro tiendas y centenares de casas. Casi todas las casas del centro, en su mayoría levantadas en adobe y con madera, se desvanecieron.

'Salva a mi hijo'
En medio del caos, la gente comenzó a sacar de las ruinas heridos y muertos. El padre Emilio se salvó porque el techo que cubría el altar no se desplomó y lo rescataron con un brazo partido y una herida en la cabeza. Pero la familia de William Herrera quedó atrapada. Su columna fue aprisionada por una roca, pero alcanzó a entregarle su pequeño hijo, Jerson William, a un hombre desconocido y le dijo: "Salva a mi hijo". El hombre logró salir, le entregó el niño a unas personas que estaban afuera y desapareció.

"Yo me encontré con unas jóvenes del colegio que tenemos. Ellas lloraban, buscaban a sus mamás a sus papás. Nos abrazamos. Las calmé un poco y se los ayudé a buscar. El polvo era tan denso que no podía ni respirar, ni se podía ver, no sabía dónde era el norte ni el sur. No se veía nada. La gente comenzó a gritar nombres, a llamar a sus familiares", recuerda sor Elvira.

Se fue corriendo a la casa de su congregación, a tres cuadras, para ver qué había pasado con las demás religiosas. Al ver que todo eran grietas y techos destruidos, se devolvió a la plaza. En el camino ya había muertos por todos lados.

El regreso fue lento porque comenzó a orar por las víctimas desconocidas que hallaba entre los escombros. "Les daba la absolución y les rezaba el De profundis. Vi el cadáver de un hombre bocarriba, que no estaba golpeado, quizás le dio un infarto".

El entierro de los cadáveres
Volvió a la plaza y se encontró con sor Blanca; sor Antonieta Perla y sor Elizabeth no aparecieron. La esperaron horas, en medio de una ciudad que lloraba y sangraba, que pedía agua y prendía velas. El hospital San Juan de Dios en ruinas atendió unos 500 heridos y los que morían los iban tendiendo en el patio, hasta que evacuaron a todos los que seguían vivos, y solo quedó convertido en una morgue.

Esa noche, los mismos pobladores comenzaron a remover los escombros del templo y a poner los muertos en la plaza, con una estatua de San Martín, donde se sentaban a charlar por las tardes y a comer helados.

El que encontraba a su familiar, se lo llevaba en brazos y lo velaba frente a su casa, en una tabla, porque no había cajones. Así, el centro en ruinas se fue convirtiendo en una funeraria a cielo abierto, en una noche sin luna, pero repleta de estrellas.

El jueves en la mañana, cuando llegaron los bomberos de Lima, la búsqueda se concentró en las ruinas de la iglesia que había resistido varios terremotos. Cada vez que movían unas piedras se veían, entre las bancas, manos, pies y cabezas de cuerpos. Averiadas, rescataron las imágenes de San Clemente y La Dolorosa.

En la tarde, cuando trabajaba la retroexcavadora, se oyó un grito. Pararon y apareció un hombre, vivo. Ese día, el atrio del templo fue un anfiteatro; casi cada cinco minutos sacaban un cadáver.

Volvió la oscuridad. Fue la noche más dura del pueblo. Del dolor, se pasó al hambre y a la sed. Por el frío, muchos durmieron entre las ruinas con fogatas hechas de los maderos que quedaron. Como seres prehistóricos.

Ya el viernes, en vez del aroma a pan caliente de sus panaderías, el olor de los cadáveres sin recoger entre ruinas despertó el centro de Pisco.

En el hospital, donde muchos durmieron en el piso al lado de sus muertos, que empezaban a descomponerse porque no les aplicaron formol, empezaron a repartir ataúdes. De la iglesia no paraban de sacar cadáveres y una muchedumbre se apostó en la plaza a esperar. Habían rescatado casi a cien, pero no había certeza del número, pues, por buscar cajones y comida, las autoridades no se percataron de contarlos.

'Ella no quiso correr'
Cada vez que los socorristas llevaban una bolsa negra con un cuerpo gritaban sus rasgos: "Mujer, joven, delgada, con pantalón negro". "Niño, blanco, de unos 5 años...". "Hombre, adulto, gordo". Los que creían que era el suyo se arrimaban a verlo tirado en la plaza. Muchos salían entre defraudados y alegres porque no era su turno.

Entre los espectadores, que no se movían ni por las réplicas que sacudían a cada rato la ciudad, estaba Rosa Alviar esperando el cuerpo de su hermana Flor, la esposa de William Herrera. En la mañana apareció el cadáver de él y en la tarde sacaron los de dos de sus hijas. "Solo quedó de la familia el niño. Nos lo entregaron unos bomberos. Tenemos datos del señor que lo salvó y, cuando los sepultemos, iremos a darle las gracias. Vamos a criar al niño como si fuera nuestro -comentó Rosa-. Lo más triste es que a la casa de ellos no le pasó nada".

'Dios me salvó'
En ese mismo calvario estuvo sor Elvira, que duerme estas noches tirada en un andén, con unos vecinos, y no ha parado de rezar rosarios.

Solo a mediodía hallaron el cuerpo de sor Elizabeth. Con sus compañeras, la llevaron a la casa en un ataúd gris, unos de los 300 que enviaron de la capital, la vistieron con un hábito limpio, le asearon la cara y la enviaron a Lima en un carro.

En la tarde, regresó a la Plaza a esperar a sor Antonieta Perla, todavía con el sabor a tierra en su boca de esa noche. "Ella no quiso correr. Se quedó parada, pensando tal vez que no iba a pasar nada. A mí me salvó que Dios me haya dado estas piernas para correr".
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